Día de la Deuda Ecológica: por qué no podemos volver al mundo anterior a la COVID-19

Los seres humanos están agotando los recursos naturales con la misma rapidez que antes de que empezara la pandemia.

El 29 de julio se conmemora el Día de la Deuda Ecológica, el momento del calendario en el que los seres humanos habrán consumido el valor equivalente a un año de los recursos naturales del planeta.

Esto significa que, durante el resto de 2021, la humanidad estará acumulando una deuda medioambiental, consumiendo más de lo que la Tierra puede reponer de forma natural en un período de 12 meses.

En efecto, estamos consumiendo los recursos de un planeta 1,7 veces mayor que el nuestro. 

Pero no solo estaremos agotando el capital natural que de otro modo estaría disponible para las generaciones futuras, sino también generando más emisiones de dióxido de carbono.

Lo que resulta especialmente preocupante es que el Día de la Deuda Ecológica, calculado por la organización sin ánimo de lucro Global Footprint Network (GFN), ha llegado antes prácticamente todos los años desde principios de la década de 1970.

La única excepción fue en 2020, ya que los confinamientos provocados por la COVID-19 redujeron drásticamente la huella ecológica de la humanidad.

Según las estimaciones de GFN, la huella de carbono global se redujo casi un 15% en 2020 con respecto al año anterior. Desde entonces, sin embargo, la tendencia a largo plazo se ha reanudado y ha vuelto al punto en el que se encontraba antes de la pandemia. 

No obstante, hay esperanzas de que la pandemia haya supuesto un toque de atención para el mundo. El año pasado puso de manifiesto una serie de problemas medioambientales que podrían haber agravado la crisis de salud pública y que podrían ser el germen de futuros brotes patógenos.

Por ejemplo, se calcula que la contaminación del aire mata de forma prematura a unos 7 millones de personas cada año. 

Los investigadores han descubierto que la mala calidad del aire —una consecuencia del exceso de emisiones de carbono— podría haber agravado los efectos de la pandemia.

Varios estudios han hallado relación entre altos niveles de materia particulada en el aire y tasas de mortalidad elevadas por coronavirus. Sin embargo, la experiencia de esta pandemia también demuestra la velocidad a la que se puede reducir la contaminación del aire.

Al detener el tráfico terrestre y aéreo y paralizar las fábricas, la calidad del aire mejoró sustancialmente.

En China, las concentraciones de partículas, también conocidas como PM2,5, disminuyeron hasta un tercio a principios de marzo con respecto al año anterior.

Aunque hay una fuerte posibilidad de que la contaminación aumente rápidamente a niveles precrisis a medida que se relajen los confinamientos, como ya ocurre en China, los gobiernos locales y nacionales no quieren malgastar esta crisis.

Desde Milán y Londres hasta Nueva York y Seattle, las ciudades están introduciendo planes ambiciosos para incentivar la adopción de recursos de transporte menos contaminantes y la peatonalización de barrios.

Pero la contaminación atmosférica es solo uno de los muchos problemas medioambientales urgentes que la pandemia ha puesto al descubierto.

La biodiversidad es otro de ellos. Varios estudios científicos (entre ellos, uno de la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas) demuestran que la pérdida de biodiversidad causada, entre otras cosas, por la deforestación, acerca a los seres humanos a la fauna y flora silvestres, lo que aumenta las posibilidades de que ciertos virus se transmitan a las personas.

Todo ello significa que la protección de la biodiversidad ocupará probablemente un lugar predominante en el debate público sobre cómo prevenir futuras pandemias y mejorar la salud de la población mundial.

Hacia un mundo posCOVID-19 más sostenible

Poco más de un año después de que el brote de COVID-19 provocara las estrictas restricciones a la actividad económica que contribuyeron a reducir las emisiones de carbono, la supresión de los confinamientos amenaza con volver a someter al medio ambiente a una tensión extrema. 

Es evidente que frenar la actividad económica no es una solución viable. Lo que hace falta es una transformación mucho más ambiciosa de nuestras estructuras económicas.

Los compromisos de cero emisiones contraídos no solo por gobiernos, sino también por empresas poderosas, son un buen punto de partida. También lo es remodelar el sistema fiscal mundial para desincentivar las emisiones de carbono e incentivar la adopción de energías renovables: un impuesto global sobre el carbono sería un gran paso en la buena dirección.

Este es un reto que requiere un enfoque holístico que integre a todo el mundo: gobiernos, empresas y ciudadanos.

Imagen de banner: Tokyo at dusk © moja
Imagen superior: Rain terrace sea of clouds © Koichi_Hayakawa
(Con licencia de CC BY 4.0) https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

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Las megatendencias son las potentes fuerzas socioeconómicas, medioambientales y tecnológicas que definen nuestro planeta. La digitalización de la economía, la rápida expansión de las ciudades y el agotamiento de los recursos naturales de la Tierra son solo algunas de las tendencias estructurales que transforman la manera de gobernar países, dirigir empresas y vivir la vida.

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